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«Esto no tiene remedio»
«Mientras los demás dormían, Eloy y Ramón hablaban de lo de siempre, de periodismo, periódicos y periodistas. La piedad, como es habitual en la profesión, estaba ausente de sus comentarios.
Pasaron a hablar de dinero, de sueldos, del precio de las imágenes, del cálculo de las cantidades que el pluriempleo procuraba a algunos ilustres compañeros. Entonces Ramón sufrió un acceso de autocrítica
-No explicamos bien el rollo político. Claro que los diputados o los partidos tampoco nos ayudan mucho. El lector no se motiva, no traga. Le bastan y le sobran la tele y la radio. Se expone todo con gran confusión, sin pedagogía, sin emoción. Todo lo resolvemos con entrevistas a los políticos. Se adula o se denuncia a veces sin fundamento, se toca de oído, las páginas de opinión están en manos de politicastros, proliferan las columnas con voluntad de estilo literario, pero sin noticias. Todo el m,undo se mira el ombligo porque descbre que su firma en un diario remoto es sensible a un diputado. No es extraño que los chicos de la facultad quieran entrar en la Seguridad Social y poco más. ¿Quién estimula a las redacciones? Los directores están en los cócteles o al teléfono, y como es ley de vida, los subdirectores intrigan para ser directores; y los redactores-jefes, subdirectores; y los redactores, redactores-jefes. Hay paro, claro que hay paro. En la estimación de la sociedad tenemos la mala prensa de siempre (…)
Entraron después en la fase autocompasiva.
-Nadie nos quiere. Somos los malditos de siempre, nos odian los abogados, los ingenieros, los escritores, los diplomáticos, los médicos y los políticos y yo creo que hasta nuestras propias parientas (…)
Volvieron a hablar de las batallas que se libraban dentro de las redacciones entre los distintos clanes en l alucha por el poder, del fracaso de la prensa de partido, del sectarismo de algunos colegas o de su petulancia, de la crisis de identidad, del carnet, de Anson y de Juan Luis Cebrián, de las sociedades de redactores, de la cláusula de conciencia, del éxito de Molina con las secretarias (…)
-Pero los lectores están igual que nosotros, son tan perezosos mentales como nosotros, han desertado de los quisocos. Para los dueños de los periódicos la culpa es nuestra, para nosotros es sólo suya. Esto no tiene remedio».
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