Wikileaks o el pensamiento crítico

Escrito por1001 Medios

16 Dic, 2010

Imagen del debate

Información, dinero, política y papel. Censura, denuncia e intereses. Se habló de tantas cosas el martes en «El periodismo en la era de Wikileaks«, debate convocado por El País -a la sazón, elegido por el dedo Assange- en el Caixaforum de Madrid que, de ponerlas por escrito, el texto de los famosos 250.000 cables se habría quedado corto.

Hubo tres frentes claros y un gusanillo general: por un lado, los representantes del establishment mediático, personificados en Javier Moreno, director de El País y Borja Bergareche, subdirector de ABC; por otro, los ajenos, aunque implicados, Alicia G. Montano, directora de Informe Semanal, y Javier Bauluz, director de Periodismo Humano. Y, por último, el público, que no dio (ni quiso dar) tregua a los profesionales.

De «vergüenza» para aquellos que deben buscar las historias calificó sin tapujos Bauluz, nada más empezar, las filtraciones que han sonrojado a la Casa Blanca. Un hito que ha cambiado para siempre el «ecosistema» de la prensa y (fundamentalmete) de Internet y que ha puesto el dedo en la llaga del ego de los medios. ¿No sabemos hacer nuestro trabajo? ¿Tiene que venir un «activista» y servirnos en bandeja lo que no podemos encontrar? ¿Será siempre así a partir de ahora? Las dudas eran razonables.

Montano y Bergareche sí coincidían en que lo excepcional de Wikileaks es más importante que, por ejemplo, su contenido. Un buen rato dedicaron a debatir si las «charletas» privadas de unos señores diplomáticos son noticia o no, y Moreno defendió a capa y espada el rol de rastreador de su periódico.

La experiencia de las publicaciones que han recibido el material para su análisis, en este sentido, es un valor añadido. Esta experiencia también tuvo voz en el acto, la de alguien que aún no hemos citado: Giles Tremlett, corresponsal de The Guardian en España.

Lo suyo con Wikileaks, contó, viene de lejos: fueron Assange y compañía los que les enseñaron a ‘sortear’ las duras leyes de privacidad del Reino Unido cuando realizaban, hace años, una investigación sobre la evasión de impuestos de los bancos. No obstante, reconoció que algún día «habrá que poner límites» legales para la publicación de ciertas cosas. No todo vale, y esta máxima se llevó reproches por parte de Bergareche -«Si yo fuera Hillary Clinton, lo desclasificaría todo»- y del público, muy muy interesado en la autocensura.

Así, las confesiones hicieron su aparición. Se dejó claro que «nunca habrá un Wikileaks de China» o que, en otros casos, como el sumario Gürtel, hay cosas relacionadas con asuntos «sexuales» que no han visto la luz. Moreno tuvo que aclarar, asimismo, que El País no ha pagado por el material y que, aunque no han recibido presiones, sí les han llegado ciertas «consideraciones» para que se abstuvieran, en la medida de lo posible, de hacer públicos ciertos cables.

Negó, por otra parte, que EE UU haya metido mano. Trataba de convencer de esta manera a un respetable descreído con esa información que nunca veremos, y también con la capacidad crítica de los propios medios que, según algún asistente, van a seguir haciéndole el juego a los «intereses» económicos y políticos de las grandes potencias.
«Se está cociendo algo»
En cuanto a cuestiones menores, afloró la rivalidad entre medios competidores y la poca «generosidad» que hay en España, según Moreno, para citar al contrario si éste tiene la exclusiva de algo. En cuanto a cuestiones mucho más interesantes -el público criticó el metaperiodismo, aunque la charla versara sobre él-, las fuentes y su fiabilidad se llevaron la palma. «Hay que tener cuidado», decía Montano; «Nos da igual que nos manden información de Wikileaks, Openleaks o por correo electrónico», apostillaba Tremlett.

Bauluz, como le corresponde -y además de poner la lupa sobre proyectos como el suyo-, se mostró duro: «El papel de los periodistas no debe ser esperar a que te lleguen filtraciones». Y mucho hablar de los medios pero, ¿qué papel juegan los lectores y ciudadanos en todo esto?

Pues casi el más importante. «Se está cociendo algo en la ciudadanía», decía alguien en Twitter. El debate pudo seguirse en La Red -se habló poco de ella, por cierto- con el hashtag #wldebate, además de por streaming en las webs de El País y Periodismo Humano.

Muy activos estuvieron los internautas y pocas de sus preguntas se vieron trasladadas al moderador, Ignacio Escolar, cuyo discreto papel fue de agradecer.

Aunque sí demostraron, como inquirió la periodista Rosa María Artal, micro en mano desde el patio de butacas, un incipiente «estímulo del pensamiento crítico» de la sociedad ante revelaciones de tal calibre. «Hay hambre de realidad más allá del runrún de la política»,soltaba otro veterano presente, Ramón Lobo en Twitter.

Del encuentro con estos profesionales y al que mucha gente no pudo entrar -Caixaforum habilitó tres salas más con pantallas para aquellos que se quedaron fuera del auditorio, en el que cabían unas 750 personas-, sacamos varias conclusiones. Una, muy práctica: el «You ask, we search» que The Guardian practica para que quien quiera se convierta en buscador de temas en el océano de Wikileaks.

La otra, más metafísica: el debate sobre la profesión y el shock que ha supuesto, sin distinciones, para la prensa -y con esto, como se apuntaba en el estrado, hablamos de todo tipo de formatos y medios- el pasar al otro lado de la raya y asistir como espectador a un cambio en la profesión. Esto, como pasa con la justicia, se irá construyendo revulsivo a revulsivo. El periodismo es así.

CRÉDITOS
Con la cobertura vía Twitter de este debate y con el presente post anunciamos con una sonrisa que Mirentxu Mariño se estrena como nuevo fichaje de 1001 Medios.

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