Periodismo, revolución árabe, presión social y ser mujer

Escrito por1001 Medios

4 Abr, 2011

Debate sobre mujer y periodismo en Argelia. La profesión en ambas orillas del Mediterráneo. Una crónica, una reflexión personal que Edurne Arbeloa (@arbeloa) comparte desde 1001 Medios sobre su experiencia en Argelia este pasado mes de marzo. Fue invitada por el Instituto Cervantes. El Watan.com recogió la intervención (pide registro).

Comedor de la televisión pública argelina, en Argel, un mediodía de marzo. Comparto mesa con tres mujeres periodistas, las tres en la cuarentena. Fátima es la única de nosotras que lleva pañuelo islámico. El hiyab es una prenda mayoritaria en las calles de Argelia, pero, según aprecio, poco común entre las profesionales de los medios de comunicación. En cualquier caso, el pañuelo de Fátima no es convencional. Lleva uno estampado en tonos rojizos y colocado con cierta gracia, con un pasador en el lado izquierdo formando una especie de lazo. Digamos que no parece, precisamente pensado, para pasar inadvertida.
Charlamos sobre periodismo, revolución árabe y presión social, y sin perder tiempo, disparo: » ¿Por qué te cubres con el hijab?». Ella contesta con naturalidad: «Me lo acabo de poner hace dos meses por primera vez en la vida. Mi madre no lo ha llevado, ni casi nadie de mi familia. No he tenido ninguna presión, al contrario. El imán con el que hablé me dijo que el Islam no me obligaba a ponérmelo. Además, a mi marido no le gusta en absoluto» .
Esta última afirmación provoca carcajadas en la mesa. Carcajadas de sus otras dos compatriotas porque yo empiezo a estar alucinada. «¿Qué a tu marido no le gusta?» , le pregunto. «Pues no. No para de decirme que me lo quite, que estoy más guapa sin él. Pero respeta mi decisión. Lo que él no sabe es que ahora me hablan más hombres por la calle. Resulta que con pañuelo las mujeres tenemos más admiradores».
Bienvenida a Argelia, me digo a mí misma. Basta una pequeña charla para que salten por los aires los primeros tópicos.
En estos tiempos que corren, en los que en la redacción de Noticias Cuatro andamos escasos de coberturas internacionales, y en plena marea revolucionaria, una invitación al Magreb es un regalo del destino. Concretamente, un regalo del Instituto Cervantes y la Embajada de España.
Me acompaña en el periplo, la periodista Inés García-Albi (autora de ‘Nosotras que contamos. Mujeres Periodistas en España’ , Plaza y Janés, 2007) con la que he viajado hasta aquí para celebrar dos conferencias en Argel y en Orán. Para debatir junto otras colegas argelinas sobre periodismo y mujer, sobre nuestros logros y nuestras conquistas pendientes a ambas orillas del Mediterráneo.
Y en esta aventura, la charla con Fátima no es lo único que va a sorprenderme. No. Porque, en realidad, todo el viaje a un país tan hermético como Argelia es una constante sorpresa. Sorpresa al enterarme de que las periodistas argelinas, aunque en periódicos y revistas sólo representan el 30%, en la radio, por ejemplo, suponen el 80% de las plantillas y en la televisión son casi el 75%. Aclaro que radio y televisión son públicas. La prensa escrita goza de una libertad de expresión excepcional en el Magreb, con periódicos como El Watan, muy críticos con el Gobierno de Buteflika.

Sorpresa al certificar una gran similitud con nuestra situación laboral. A pesar de ser mayoritarias en muchas redacciones, la presencia de la mujer en los puestos de responsabilidad es simbólica. Prácticamente inexistente. Fuera del sector público, las diferencias salariales claman al cielo, según denuncian ellas mismas. A las periodistas españolas esto nos resulta muy familiar.
Sopresa al escuchar lo que muchas profesionales me confiesan en privado, que además de las dificultades que unas y otras compartimos en ambos países, ellas encuentran el principal obstáculo en casa. «Una no puede ser periodista con un marido que se ponga nervioso por los horarios prolongados. Una de las principales causas del abandono de la profesión es la falta de comprensión de la pareja» , me cuenta Thouraya Boudjema, redactora del servicio internacional de la radio argelina.
Sorpresa también al certificar cierto retroceso. Durante la guerra civil argelina que sembró de cadáveres el país en los años 90 (entre 150.000 y 200.000 muertos), las periodistas desempeñaron un papel crucial. En muchos casos, fueron las que más se expusieron al peligro, las que llegaron más lejos en sus coberturas de atentados islamistas y las que pagaron ese coraje con su vida. Hubo decenas de mujeres periodistas asesinadas por hacer su trabajo.
Sin embargo, a pesar del camino recorrido hace una década, las mujeres lo siguen teniendo muy difícil sobre el terreno. «El otro día mandamos a una reportera a un barrio tradicional, donde la gente es muy conservadora y le fue imposible llevar a cabo su trabajo. La agredieron y le dijeron que se fuera a su casa, que es donde tenía que estar» , cuenta Khalida Anad, jefa de redacción de Canal Algérie, uno de los cinco canales que emite la televisión argelina.
Mi asombro va en aumento conforme más me sumerjo en la realidad del país. En sus contradicciones. En sus códigos sociales difícilmente comprensibles para mi mentalidad occidental. «¿Por qué una mujer no puede sentarse en un café o ir a un restaurante por la noche?» , pregunto a mis colegas. «Porque no es nuestra costumbre» , me dice la mayoría, aunque alguna, orgullosa, asegura que lo puede hacer si quiere.

He planteado la cuestión tras darme un paseo por Orán y comprobar que, a pesar de ser una ciudad más abierta y relajada que Argel, el espacio público sigue siendo masculino. En los cafés sólo están ellos. Cuando se pone el sol, los rostros femeninos desaparecen. La reputación está en juego y la reputación es algo sagrado en una sociedad bajo el férreo control que impone el islam.
Y que el Islam sigue siendo el mayor tabú lo compruebo tras la conferencia que celebramos en Orán. Cuando vamos a comenzar el diálogo sobre la discriminación que, según denunciamos españolas y argelinas, sufre la mujer en el ámbito laboral, Naima, funcionaria en torno a los 50 años, se levanta y dice en voz alta: «La raíz de nuestra discriminación está en el «slam. Es la religión la que establece que la mujer es inferior al hombre» .
Mantenemos el debate entre profesionales de clase media, en un ambiente relativamente progresista, pero la frase de Naima provoca un imediato revuelo. Un abucheo general por parte de la sala. «Eso no es cierto. No tienes razón. Yo soy religiosa y nadie me ha dicho nunca que hombres y mujeres no tengan los mismos derechos y las mismas capacidades», brama una periodista con su cabeza descubierta. El resto del auditorio asiente.
El diálogo no puede ser del todo sincero, pero, en privado, muchas mujeres y también hombres admiten lo que no pueden permitirse decir en voz alta, delante de todos. Es una especie de esquizofrenia entre el discurso público y el que existe de puertas para adentro. O por lo menos, así lo veo yo. Mis pensamientos me retrotraen a la piadosa e hipócrita España del Franquismo.
Según veo, lo que tampoco aceptan las mujeres presentes en la sala de conferencias del Insituto Cervantes de Orán es que les cuenten milongas. Afirmaciones como la de de un abogado que toma la palabra: «La constitución argelina de 1963 otorga los mismos derechos a hombres y mujeres. Eso es una realidad».
Buhhhh! De nuevo, abucheo en la sala. Las mujeres argelinas están hartas de paternalismo.
«En este país se nos sigue considerando como menores de edad. Prueba de ello es que a las mujeres que nos quedamos solteras, el Estado nos da una paga de por vida. Eso es como asumir que necesitamos estar tuteladas» , dice una de las asistentes.
Y justo cuando pienso que el debate se está poniendo más interesante, se produce un giro en nuestra dirección. «Lo que me ha llamado la atención es que ustedes dicen que en algunos aspectos, el papel de la mujer occidental en los medios, concretamente en la televisión ha sufrido un retroceso».

Inés y yo nos miramos. Nos vuelve a tocar el turno a nosotras y nuestros demonios. Y entonces explicamos que mientras ellos, nuestros colegas, pueden ser presentadores de informativos rozando los setenta años, nosotras sólo podemos estar a su lado en pantalla manteniéndonos estupendas y, por supuesto, sin sobrepasar la treintena, al menos en la televisión privada. Contamos que los hombres son, mayoritariamente, los que dirigen los medios y su visión es la que impera por ejemplo a la hora de enfocar un informativo.
«¿Por qué creéis que salen tantas chicas en bikini en los vídeos sobre turismo?», les pregunto. Un asistente habla entonces del modelo televisivo de Berlusconi en Italia y se queda asombrado cuando le cuento que Gestevisión Telecinco es el primer operador privado de televisión, también en España. Una mujer que me observa muy atenta concluye: «En el fondo la evolución de la mujer periodista en Argelia y en España son muy similares. Hemos logrado mucho, pero no podemos bajar la guardia. Ahí fuera quedan muchos desafíos» .
Tengo que darle la razón. Y vuelvo a sorprenderme. Argelia y España. Dos sociedades muy diferentes. Dos continentes a sólo una hora de avión. Mujeres y periodismo. Tan lejos y, en el fondo, tan cerca.
CRÉDITOS
.-De la foto de los escaparates, gracias al blog Fotos de Hoy, de Martin_Javier
.-De la foto de Orán, en este foro.
MÁS INFORMACIÓN
-Ser periodista en Argelia, en La Nación.
.-Censura en Argelia, según Wikipedia.

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1 Comentario

  1. Andrea

    Una reflexión muy interesante, es tan positivo visitar los lugares para saber que no estamos tan lejos en tantas cosas…